Botes en el Mar de Joseph Mallord William Turner
Botes en el Mar de Joseph Mallord William Turner

Mi madre siempre fue dulce. Mi padre no. Él era amargo. Más bien ácido, concretó ella. Un poco soso tal vez. No discutían demasiado. No delante mío al menos. Sospechaba que sólo lo hacían los momentos en que se encerraban en su cuarto. Cuando él me gritaba, mi madre le cogía de la mano. Se la apretaba y a mi padre se le oprimía la mirada. Luego se la soltaba y a él se le cerraba la boca. Luego le ponía una mano en la espalda, y a él se le desprendían los dedos sobre mi cabello. Me acariciaba. No importa, me decía. Le faltaba un dedo. El corazón. Luego se marchaba a la calle. Mi madre se agachaba para ponerse a mi altura. Es un buen hombre, no te preocupes. Nunca te hará daño. Una tarde al volver de la escuela la puerta de su cuarto estaba cerrada. Cerrada con llave. Y apenas se oía nada desde fuera. Silencio. Silencio. 8 letras. Silencio. 3 sílabas. No quedaba chocolate en la nevera. Me apetecía un bocata de chocolate. Y no quedaba chocolate. Sonó la cerradura. Me asomé. Imaginaciones mías. La puerta seguía cerrada. ¿Debería bajar a por chocolate? Pero ¿y si papa se enfadase? ¿Y si mama no estuviera para cogerle de la mano? No. No bajaría a por chocolate. No podía. La puerta se abrió. Salió mama. Me sonrió y me dio un beso. ¿Dónde está papa? Está en el cuarto, me dijo. ¿Qué hay de cenar?, le pregunté. No sé hijo ya te haré algo. Y apostilló: Yo ya he comido. Sacó un pan de sándwich del armario. Luego unas lonchas de jamón. Untó mayonesa y puso las lonchas encima. Cariño, papa ha tenido un problema. No te asustes. Está bien. Me dio el bocadillo sobre un plato. Sólo un inconveniente. No podrá trabajar, pero está bien. Se chupó un resto de mayonesa que quedaba en su dedo índice. No le va a pasar nada. Llevaba esa falda de cuadros que también se puso quien sabe que otro día. Toc Toc. Toc. Mama guardó el pan en el armario. Toc Toc Toc. Vi a papa al fondo del pasillo. Llevaba muletas. Le faltaba una pierna.

A partir de entonces siempre que volvía a casa él estaba ahí. Tras la puerta. Acostado en la cama. Como una almohada. Siendo una almohada. No me miraba. No me contestaba cuando le preguntaba donde estaban los cruasanes. Cuando llegaba mama continuaba impasible. Mama era dulce. No te preocupes. Papa está algo triste. Yo te prepararé la merienda. Y luego se encerraba de nuevo con él. Y yo quedaba en sofá. Apartado. Al menos nunca volvió a faltar chocolate en la nevera. Mama traía varias tabletas cada lunes. ¿Tu no quieres? Le preguntaba. No. Ella ya apenas comía. No tengo hambre, estoy llena. Toc Toc Toc. Mi padre sólo se levantaba para ir al baño. Refunfuñaba cuando me cruzaba sin quererlo en su camino. No te preocupes por él, hijo. Pronto volverá a ser el de antes. Una noche no podía dormir. Me levanté para ir al baño. La puerta del cuarto de mis padres estaba cerrada. Era verano. Hacía calor. Mucho calor. No se oía ningún ruido en la habitación. Ni los ronquidos de papa. Al día siguiente le faltaba un brazo.

Fue un accidente. Un terrible accidente, me dijo mama mientras doblaba unas toallas. Las toallas dobladas por ella siempre quedaban perfectas. Sin picos más largos. Ahora tendremos que ayudarle, hijo. Y aunque fueran de distinto tamaño, ella las colocaba en un montón homogéneo. Como aparecen en televisión las capas de una lasaña congelada. Tu padre está triste. Ella me besó en la mejilla. Mama era dulce. Me acerqué al cuarto de mi padre. Ahí seguía. Hundiéndose en el colchón. Unos cuantos milímetros más que el día anterior. Yo no me lo explicaba. Sin una pierna y sin un brazo una persona debería pesar menos. No me vio. Giraba su cuello hacia la mitad derecha de su cuerpo, esa que aun permanecía entera. ¿Qué quieres de comer?, me preguntó mi madre desde la cocina. Las sábanas estaban llenas de rugosidades. Nunca supe como dibujar rugosidades en los ejercicios del colegio. Mi padre no me miraba. Me apetecían canelones. Una de esas rugosidades estaba justo bajo su pie. Me pregunto como podría no molestarle. Le dejaría marca. Como esas con las que uno se levanta en la mejilla al quedarse dormido de lado en el césped. Le faltaban la pierna y el brazo. Y no me miraba. Canelones, grité a mi madre.

Ahí no terminaron los accidentes. Una semana después fue la otra pierna. Y al día siguiente el brazo. Para cuando pasó un mes, mi padre ya no existía. Tu padre ya no está con nosotros. Es una tragedia. Me decía mama sentada delante de mí en la cocina. Se relamía los labios con la lengua. Tal vez fuera un gesto de sufrimiento. O quizás quisiera hacerme ver que tenía un poco de leche en el labio superior. A tu padre siempre le hubiera gustado que tiraran sus cenizas en el mar. Me relamí el labio con gran empeño. Así que iremos y tiraremos sus cenizas en el mar. No tenía leche ni tenía nada. ¿Qué cenizas mama? Ella dejó de relamerse y empezó a frotar su dedo índice en la comisura derecha de su boca ¿El cuerpo de papa no se había amputado entero? Hice lo mismo, pensando que tal vez algún trozo de galleta seguía ahí y ella prefería no hacer mención explícita a ello en un momento tan delicado. La abuela no debería saber eso, así que por el bien de todos usaremos las cenizas del tabaco, ¿podrás no decírselo a nadie, hijo mío? No, tampoco tenía galleta. Sí mama, claro. No tenía nada en los labios ni en las comisuras. Y ella me abrazó. Me besó en la frente y después, comenzó a fregar los cacharros mientras seguía relamiéndose. Mama es dulce. Pero a veces se comporta de manera algo extraña.